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La trampa de la perfección

Actualizado: 6 oct 2020

por Cecilia Paredes


Vivimos en una sociedad y cultura que, de forma general, fomenta la búsqueda de la perfección. Lo vemos a través de la presión social por cumplir varios roles al mismo tiempo, aún cuando hay una sobre demanda física, o cuando se busca el éxito que figura en el tener, y mostrarlo al otro, o cuando se sueña con tener un cuerpo irreal para sentir que se es normal; son sólo algunos ejemplos. Hoy, más que nunca, pareciera que se busca el sentar nuestra valía personal en lo logros más que en el ser, como si competir y ganar fuera nuestra meta de vida.





Esto puede tener muchas ventajas, nunca habíamos tenido una sociedad tan eficiente, tan motivada, tan productiva; pero también nos cobra un precio muy alto: nos podemos quedar atrapados en la frustración de buscar la perfección, ya que ésta no existe. Todavía es más alto el precio si queremos aplicar la perfección en nosotros mismos, no sólo en lo que hacemos, como cuando buscamos empatar esa imagen en donde los errores no tienen cabida y son vistos como una falta, como un defecto o una falla, y si no lo logramos nuestra valía personal se derrumba.


Errar es humano, no hay un solo ser humano que no se equivoque, es algo inherente a ser persona, y, según el concepto que tengamos de los errores, será que se establezca el cómo nos relacionamos con ellos. Desde una relación inadecuada con ellos no los compartimos, los tratamos de esconder, de evitar, de justificar o de negar; si hay madurez se aceptan y nos responsabilizamos de ellos, pero la crítica interna puede quedar cargada, recordándonos lo que hicimos y tratándonos como nuestro peor enemigo; y, en los menos y el mejor de los casos, logramos verlos como un evento de aprendizaje.


Además, hay otro factor a considerar. Según Brené Brown, el perfeccionismo es un escudo para cubrir la vergüenza, ese sentimiento de sentirse fallido o inadecuado y, por lo tanto, no ser digno de ser amado. ¡Uf! ¡Con razón la queremos evitar! Es apenas entendible que no queramos ver nuestros errores si nos llevan a sentir vergüenza.





Pero la imperfección tiene sus ventajas: nos dice Viktor Frankl que es desde ella que somos irrepetibles, que es desde ella que podemos aportar al mundo de forma única. Si todos fuéramos perfectos, seríamos intercambiables, como robots. Yo podría estar haciendo tu trabajo y tú podrías estar escribiendo este artículo, y tanto tu trabajo como el artículo serían perfectos. Cada vez que le expongo esto a una persona y le pregunto ¿cómo crees que sería una vida en donde fuéramos intercambiables? La mayoría de la gente me contesta: ¡aburrida! Coincido, sería una vida en donde nos costaría trabajo encontrar una motivación, un sentido, algo valioso.


Solo entendiendo que lo que aporto al mundo tiene que llevar ese sello que se forma del conjunto de mis defectos y virtudes, es que puedo darle sentido a mis errores y debilidades. Pero hablar de la imperfección nos puede hacer tocar un temor: si suelto la búsqueda de la perfección, puedo caer en la mediocridad. Es un temor que escucho frecuentemente y quiero ofrecer una comparación de porqué considero que esto es una trampa: esta premisa implica dos polos opuestos que son perfección-mediocridad; sin embargo, el verdadero polo opuesto de la perfección es la imperfección. Entonces ¿cuál sería el polo opuesto de la mediocridad? Me gusta pensar que es la excelencia o el gusto por lo bien hecho.


De esta forma podemos ver que la trampa es creer en una premisa que compara dos polos que están en dimensiones diferentes y, en verdad, no son opuestos. Aquí te presento una recopilación de las definiciones de varios autores sobre estos temas para profundizar un poco más y mostrar la diferencia que implica cada uno.




Así, podemos ver que la imperfección está alejada de ser mediocre, al igual que la perfección está alejada del gusto por lo bien hecho. A veces las líneas pueden confundirse, ya que podemos realizar las mismas acciones, pero desde estas diferentes plataformas, por lo que, para ver si estamos cayendo en la trampa de la perfección, será necesario ser muy honestos con nosotros mismos para identificar desde dónde estamos actuando. Por ejemplo, puedo tratar de escribir este artículo y querer que no tenga errores gramaticales. Lo leeré varias veces y le pediré a alguien más que lo lea para revisarlo. Si lo estoy haciendo con la carga emocional del temor de que si alguien encuentra un error me juzgará y se dará cuenta que no escribo perfecto, estoy dejando de aceptar mi imperfección. Por otro lado, si lo hago por el gusto de presentar un artículo que, por su buena gramática tenga cierta fluidez al leerse o por la satisfacción de ofrecer algo con calidad, entonces estaría dejando la mediocridad fuera del juego, y mi experiencia emocional podría acercarse más a la satisfacción por asumir que, a pesar de mi esfuerzo, puedo haber algún error.





Encuentro que este análisis de los polos en diferentes dimensiones ha ayudado a mucha gente a soltar un poco la ansiedad de aceptar su imperfección y los ha ayudado a relacionarse mejor con sus propios errores. Esto último también nos puede acercar a recoger más fácilmente un aprendizaje de ellos y caminar un paso más cerca hacia la persona que queremos y podemos llegar a ser. Al entender la función de la imperfección podemos ser más compasivos con nosotros mismos y llegar a sentirnos con mayor plenitud. Solo dándole sentido a nuestra imperfección es que podemos vivir sin enemistarnos con ella, disfrutándola, amándola y poniéndola al frente de nuestras vidas.

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