por Patricia Ibarrola
Desde niños, vivimos rodeados de normas que son leyes o reglas que nos ayudan a regularnos internamente y a mantener una buena convivencia con los demás. Las normas favorecen conductas que al repetirlas, las convertimos en hábitos y estos hábitos persiguen un valor. La norma es externa, el valor es interno. Cuando ese valor lo hacemos nuestro, es que lo vivimos y lo materializamos.

Los valores son como los colores. Por ejemplo, el rojo existe como un concepto, pero lo puedo ver sólo cuando se materializa en un objeto; entonces puedo decir que la mesa es roja. Algo similar pasa con los valores. Cuando la mamá, en un principio, le tiene que recordar continuamente a su hijo que cumpla con la responsabilidad de hacer la tarea: es una norma y es externa. Si a ese niño lo atrae el valor de la responsabilidad, lo va a vivir; va a ser responsable, cumplirá con la tarea, y mientras viva el valor de la responsabilidad, no necesitará más la norma externa. El valor es interno, se vive.
Hay ocasiones en que ciertas normas o creencias se han quedado ahí sin que nosotros hayamos visto el valor que están persiguiendo. Estos son introyectos que todos traemos desde la infancia. Son pedazos de otros que se han quedado dictando sus mandatos sin que seamos capaces de contradecirlos. Frente a la voz del introyecto puedo buscar la voz de mi conciencia. La busco en la intuición, no en la razón y, de esta manera, puedo desmantelar o desarticular ese introyecto y revisar ese valor en conciencia, desecharlo o hacerlo verdaderamente mío y vivirlo. De esta forma, al hacerlo mío, si actúo desde ese valor, va a haber congruencia y esto me hará sentir bien conmigo mismo. Revisar desde la conciencia nuestros valores para elegir con base en ellos, es un gran trabajo.

Lo más importante de acudir a la conciencia no es garantizar resultado alguno sino actuar contando conmigo mismo, dándole voz a lo más honesto que tengo y al actuar de esta forma, puedo estar en paz. Cuando actúo en contra de mis valores, esa paz no se deja sentir. Y, aunque el resultado no sea el esperado esa respuesta me dignifica como ser humano. Aquí no cabe la culpa, cabe el aprender de esa situación y, si es el caso, buscar nuevas alternativas. La conciencia es lo que me ayuda y orienta a tomar una decisión frente a una situación.
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